SE NOS MURIÓ LA VACA

Reinventarse. Es una palabra que se repite en casi todas las conversaciones que hemos tenido con familiares, amigos, clientes… durante estos días de confinamiento.  Y cada vez que la escuchamos nos es inevitable recordar la historia del maestro samurai y su alumno que al pasar por una pequeña aldea matan la vaca de la que vivían todos sus habitantes.

Si no la conocen, se la resumimos: el maestro ordena al alumno tirar la vaca por un barranco, algo que hace pensando que de esta forma está condenando a la muerte a todos sus habitantes, que vivían de la leche que daba la vaca. Pero un año después, al volver al poblado, comprueban que no solo no se han muerto, sino que al no contar con la vaca tuvieron que pensar y actuar de otra manera, consiguiendo finalmente una vida mejor y con más recursos.

Pues bien, aquí estamos nosotros, como si nos hubiéramos quedado sin vaca y con la necesidad de adaptarnos a lo que ahora llaman “nueva normalidad” para encontrar una vida mejor. Y ojo, que hay quienes piensan que seremos mejores por el mero hecho de haber pasado una pandemia. Como si, una vez lograda, en la vacuna nos fueran a inocular bondad. Mucha bondad.

Es obvio que esta crisis ha desnudado la nula capacidad de predicción de nuestra sociedad en esta materia. Ni siquiera viéndola por la tele llegamos a pensar que nos pasaría a nosotros, quizás porque confundimos la realidad con ficción, además de esa afición a pensar que las cosas –especialmente las malas- les suceden siempre a los demás. En este sentido, hay que decir que una cosa es que el ciudadano de a pie no lo vea o no identifique el riesgo y otra muy diferente que sean los responsables públicos cuya función es prevenir estos riesgos los que no se enteren de la misa la media. Y viene a confirmar lo cómodos que estábamos con la vaca, pensando que nunca le podría pasar nada. Algo así como un centinela echándose la siesta en su guardia porque en tiempos de paz, sencillamente, no puede pasar nada.

Decía Stephen Hawking que la inteligencia tiene mucho que ver con la capacidad de adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias. Así que los más inteligentes siempre son los que antes se reinventan. Las empresas que mejor sepan ver los cambios en los comportamientos de las personas como consumidores, las que sepan satisfacer las nuevas demandas y también las que creen nuevas necesidades irán por delante. Y tras ellos, el resto, replicando las nuevas fórmulas.

En cuanto a la comunicación, nuestra especialización, hay dos formas de actuar que se imponen ya. La transparencia y la autenticidad, ambas fruto de un compromiso de las empresas que va mucho más allá de satisfacer sus intereses directos y los de sus accionistas.

Las empresas deben marcarse nuevos propósitos o reforzarlos si ya los tenían, y no se trata de hacerlo para aparentar. Porque el público, el consumidor, confiará en marcas que además de para ganar dinero también trabajen para un mundo mejor, que no oculten información y que lo que hagan lo hagan de verdad, con autenticidad. Todo esto tiene que ver con la acción, en la que debe estar integrada la comunicación, de tal forma que la comunicación sea acción (Joan Costa).

Además, hay que destacar que algo que ya era tendencia, como la comunicación interna, cobra ahora una nueva importancia estratégica para las empresas. Es imprescindible contar con canales de comunicación interna que sean de ida y vuelta –dejemos los monólogos para los late night– para que realmente se llegue a un escenario en el que los trabajadores primero conozcan y luego compartan y se identifiquen con los valores de la empresa (sea grande, pequeña o mediana).